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sábado, 30 de octubre de 2010

La hora de la nostalgia II: Studio 60

Obra de arte, en mayúsculas, porque Aaron Sorkin lo volvió a hacer. Volvió a crear una serie basada en el diálogo y desarrollada en un ámbito muy concreto que nos muestra a la perfección. Si en El Ala Oeste de la Casa Blanca nos acercaba al mundo de la política estadounidense, en Studio 60 nos relata con todo lujo de detalle cómo se realiza el típico programa con un invitado, actuaciones en directo y gags cómicos.


Los actores del programa de televisión Studio 60
Pero antes de comenzar a hablar de sus virtudes, dejadme empezar por lo único negativo que he encontrado a Studio 60. Que sólo tiene una temporada. Son veintidós capítulos, y quieres más. Muchos más. Ojalá tuviera cien, doscientos, trescientos episodios o, aún mejor, no terminase nunca. Porque, amigos, Studio 60 va directa a mi top de los tops.

Comencemos, pues, con sus maravillosas virtudes. La primera es que, pese a terminarla de ver ayer con maratón incluido de seis capítulos, estoy barajando muy seriamente volverla a ver. Desde el principio y desde hoy mismo ¡Porque es maravillosa! Es inteligente, sacarcástica, irónica, romántica por momentos, crítica  (muy crítica) con el mundo que describe y tiene unos personajes que te enamoran desde el primer día. Carisma es poco. El cariño que les coges es espectacular. Por eso, precisamente, te emocionas y sufres con ellos desde el principio.

¿Pero de qué va Studio 60? Studio 60 es un programa de televisión que mezcla squetches de humor, con música en directo e invitaciones a artistas destacados. Su productor ejecutivo, muy quemado, explota en el primer capítulo porque el comité de ética no le deja emitir nada que realmente sea crítico. Así, rabioso, sale en directo en un squetch y comienza a despotricar contra la televisión. Que si los que la ven son idiotas, que sus jefes son unos hijos de puta, que este programa da asco... Un discurso, por cierto, apasionante y muy, pero que muy interesante.



Los miembros de producción alucinan con el discurso del jefe (al fondo) cabreado


Pero claro, es despedido. Y así comienza la serie, con la llamada de la nueva jefa de la cadena de televisión,  Jordan McDeere, a Danny Tripp (Bradley Whitford) y Matt Albie (Mathew perry). Danny será el nuevo productor ejecutivo del programa. Matt el jefe de guionistas. Ambos, mejores amigos en su vida, fueron despedidos hace cinco años de Studio 60 precisamente por emitir un squetch 'irrespetuoso'. Pero la nueva jefa de la cadena, Jordan, quiere volver a inculcar un sentido crítico al programa.

Así comienza la serie. Aparecerán muchos personajes más, como los tres actores principales del programa, Tom Jeter, Simon Stiles y Harriet Hayes. Esta última Harriet, dará mucho juego. Es ex novia de Matt. De hecho, han roto y vuelto decenas de veces. Pero no es un culebrón empalagoso. Todo lo contrario, sus discusiones son rápidas, irónicas, cargadas de humor y, sobre todo, representan una de las esencias del programa: la ideología. Matt es de izquierdas, ateo, militante demócrata. Y le encanta burlarse en su programa de la derecha, los religiosos y los republicanos.
Harriet, sin embargo, es profundamente religiosa. De valores más conservadores y, claramente, tendiendo a la derecha. De este modo, sus diálogos son contínuas discusiones pero, como he dicho, cargadas de humor, simpatía y profundas. Aunque alguna que otra tiene un poco más de cargo dramática.

El resto de personajes encarnan a la perfección el estilo de Aaron Sorkin. Sus diálogos y relaciones van cargadas de ironía y humor. Sus conversaciones son rápidas, casi siempre en movimiento, pues si algo no les sobra es tiempo. "Ahora vivimos aquí", dice Danny en un capítulo. No le falta razón.



A la izquierda Matt Albie, jefe de guinstas y a la derecha, Danny tripp, productor ejecutivo
Esta es otra de las grandes virtudes de Studio 60. Desengrana el mundo televisivo. Ojo, esta serie no es un documental, sería más bien un ensayo. Sorkin se queda agusto, vamos. Crítica la intolerancia y los comités de ética, que no dejan emitir nada que pueda ser mínimamente ofensivo y ataca a la histeria por las audiencias, ocasionada por el gran poder que tienen los anunciantes. Arremete también contra los Reality Shows y contra los directivos que sólo se guían por el dinero. E incluso da palos a la administración Bush con la guerra de Afganistán (con una serie de capítulos muy pero que muy emotivos) y, por supuesto, a los religiosos intolerantes. Que a nadie le quepa duda. Sorkin tiene que ser ateo por necesidad.

¿Por qué? Porque Sorkin no sólo pone su alma y sus creencias en Studio 60, sino que, además, se incluye. A nadie se le escapa que él es Matt Albie, el guionista jefe. Matt, al igual que Aaron, escribe el guión prácticamente solo, sin ayuda de otros guionistas. "No viene del mundo de la tele", dice Danny Tripp de él. Igual que Aaron, que no empezó con la tele y, por lo que pude leer, no dejaba a nadie que le ayudara con el guión de El Ala Oeste. Igualmente, Matt bebe y en algunas capítulos toma pastillas para escribir. Aaron es ex adicto, aunque haya tenido alguna que otra recaída. Y por último, las creencias de Aaron son las de Matt. Ateo, de izquierdas, democráta y muy pero que muy crítico con la televisión de masas y las empresas de televisión, que se guían por la inmediatez de la audiencia y el dinero de la publicidad.


Un reloj indica a Matt el tiempo que queda para emitir el nuevo programa
¿Significa esto que si eres creyente y de derechas no te va a gustar la serie? En absoluto. Porque Aaron critica, pero no hace un ataque despiadado y falto de respeto. Precisamente, la serie muestra la 'censura' desproporcionada sobre cualquier tema que pueda ofender a cualquier persona. Por ejemplo, como crítica de esto, en uno de los esquetches que quieren emitir sitúan a Jesús como encargado de decidir si algo es ético o no.
¿Y te gustará si no eres un friqui del mundo de la televisión y de la comunicación? Ya lo creo. Porque Studio 60 es mucho más. Es pasión e inteligencia. Crítica al mundo que nos rodea y, a la vez, humor e ironía. Y, además, sus personajes te conquistan desde el principio.

Harriet presenta al invitado de Studio 60... el actor Masi Oka, Hiro Nakamura en la serie 'Héroes'
Recapitulando. Tenemos una serie con grandes personajes, diálogos inteligentísimos, irónicos y llenos de humor, una relación entre los protagonístas muy, pero que muy intersante y, por último, una serie muy adictiva. Terminas un capítulo y quieres ver otro. Y aunque la temática de la serie sea la del mundo de la televisión, los personajes sufren acontecimientos 'inesperados' y llenos de espoilers que le dan ese plus a la serie que hace que Studio 60 sea una súper producción de la televisión. El tiempo, espero, la colorá en su lugar. La situará en el olimpo de las series, como se merece.

sábado, 9 de octubre de 2010

La hora de la nostalgia I: El Ala Oeste de la Casa Blanca

Con la última entrada sobre Aaron Sorkin, no he podido parar de pensar en esa grandiosa serie que durante siete temporadas, aunque él la abandonara a mitad, fascinó al mundo entero: El Ala Oeste de la Casa Blanca. Cada una de las cuatro primeras temporadas de la serie ganó el premio Emmy a la mejor serie dramática. Precisamente, las cuatro en las que Aaron Sorkin estuvo al mando de El Ala Oeste. Pero una serie no se mide por sus premios. ¿Por qué El Ala Oeste es tan maravillosa?
El Ala Oeste nos lleva a un mundo en el que el presidente de los Estados Unidos es el demócrata, Premio Nobel de Economía y Católico Joshiah Bartlet, interpreatado ni más ni menos que por Martin Sheen. Ese, mundo es, por supuesto, el nuestro propio. Bartlet junto a su gabinete se enfrentará a una oposición republicana muy dura (gana las elecciones por un margen estrechísimo) y a multitud de conflictos internacionales surgidos de la mente de Sorkin pero de un realismo sublime. Lucha contra el terrorismo en Oriente Próximo y hasta una invasión a un país africano para poner fin a un genocidio entre las dos razas  del país (clara referencia a los hutus y tutsis).
Economía, educación, asuntos sociales, patriotismo. Todo, todo lo que narra lo hace con un acierto y un realismo espectacular. Ahora bien, algunos le achacan un pequeño fallo, pero totalmente perdonable porque, a fin de cuentas, es ficción. Los políticos, todos los del gabinete de Bartlet, son honrados. Y no sólo honrados, sino apasionados por su trabajo, quieren lo mejor para el país, se desviven para ayudar a la gente, siempre hacen lo correcto... Todo aquel que haya visto esta serie coincidirá conmigo que ojalá nuestro gobierno fuera así.
El presidente Joshiah Bartlet

Otra gran virtud de la serie es su guión. El Ala Oese, no voy a engañar a nadie, son 40 minutos de capítulo de puro diálogo. Son políticos y no hay explosiones, persecuciones ni nada que se asemeje a una pizca de acción. Son diálogos, probablemente los mejores diálogos de la historia de la televisión. Los personajes, siempre escasos de tiempo, nos soprenden con increíbles conversaciones mientras recorren toda la Casa Blanca. Camino a una reunión, vuelta al despacho, yendo a otra reunión... Siempre están en movimiento y siempre están hablando. Un ejemplo de estos grandísimos diálogos, este como otros muchos con bastante gracia, lo tenemos en una discusión entre Josh Lyman, ayudante del jefe de Gabinete, encargado de lidiar con los senadores y congresistas para ganarse sus votos en la aprobación de leyes; y Donna Moss, su secretaria. En esta escena, Donna pregunta a Josh por qué no bajar los impuestos si hay superávit. Josh le contesta, siempre en movimiento de forma muy acertada respecto al planteamiento fiscal demócrata pero, sobre todo, con mucho humor. Así, aspectos como la economía que tanto repelús generan al espectador, aquí se tratan con mucha sencillez, humor y, por supuesto, corrección, pero logrando que el espectador se enganche totalmente.

Josh Lyman y Dona Moss
Al margen de sus diálogos, su rapidez y adicción, El Ala Oeste es una serie muy bien realizada. Con grandes momentos. Algunos muy emocionales, otro muy duros, otros de alegría desbordante... Antológico (no hay otra manera de decirlo aunque esta palabra me resulte muy fanática) es el cierre de la segunda temporada con su capítulo Dos Catedrales. En él, un presidente Bartlet enfermo y atacado por la oposición, se enfrenta sólo desde su enfermedad al juicio al que le somete la opinión pública y su propio gabinete. Hablando con sus secretaria recién fallecida, a Dios en una iglesia camino de la rueda de prensa, con la canción Brothers in arms de fondo, llega al púlpito, alza la mirada... Y todos sabemos lo que va a decir. Inovidable.

En resumen, si todavía no la has visto, más vale tarde que nunca.